Saturday, May 28, 2005

Volando alto

Le dije a mi corazón
Sin gloria pero sin pena
No cometas el crimen, varón
Si no vas a cumplir la condena
Ella está entrando en mi mundo, ese tan apartado, cerrado y autosuficiente.

Ella no dice malas palabras. Nunca. Tampoco insulta.
Ella habla con tonada centroamericana, pero su origen está un poco más al sur: Valentín Alsina.
Ella me abraza y el mundo a nuestro alrededor se transforma en un vacío, sin color y sin sonido, dónde sólo nuestra luz se propaga y lo único que se oye es el latir de nuestros corazones.
Ella deja fluir palabras en mi oído para que me derrita en un torrente de almíbar, derrotado por la gravedad.
Ella recorre con sus manos todo mi torso cuando la tomo de la cintura, volviéndose el universo entero que me rodea, y que llena mi interior.
Ella elude mis estructuras, tal como canta Herbert en Siempre Te Quise, de Paralamas, andando recto entre todo lo que hay de incierto en mí.
Ella deja una estela inconfundible: su hipnótico perfume.
Ella, cuando me mira a los ojos, consigue que la distancia entre nuestros cuerpos sea nula, como la que existe entre la espuma y la ola, para romper luego en un simpático rubor [cuando al fin me doy cuenta de mi cara de embobado].
Ella no toma alcohol. Ella no come dulces. Es que no necesita ayuda externa; por naturaleza derrocha simpatía y dulzura.
Ella me sonríe y todo dolor se convierte en un lejano recuerdo.
Ella deja mensajes adorables en mi contestador. Yo los guardo y los escucho desde donde sea, en cualquier momento del día. [A uno de ellos, el primero, le quedan sólo once días de vida.]
Ella se muere por sus pequeños, tomando de ellos a cambio su frescura, frontalidad e inocencia.
Ella muerde mi labio inferior en la mitad de nuestro beso, desnudando uno de mis puntos débiles cuando menos lo espero. Me vuelve loco.
Ella es espontánea. Hace y dice lo que siente, sin censura --agradezco al cielo por ello.
Ella me tiene en la palma de su mano. No tiene intenciones de cerrarla, y por eso se gana mi admiración.
Ella se sube al 160 llevándose consigo un poquito de ese músculo tan bobo, que sabe de a ratos escaparse de la racionalidad que intento imponerle a diario.
Ella apoya su cabeza y su mano en mi pecho, y yo siento que mi tórax es inmenso, que tiene la extensión de la Patagonia, que es un territorio vastísimo listo para ser colonizado.

Ella está entrando en mi mundo. Sin hesitación, sin trastabillar... y sin pedir permiso.
H.

Sunday, May 22, 2005

Tal vez, de nuevo

Y al final sale un sol
Incapaz de curar las heridas de la ciudad
Y se acostumbra el corazón a olvidar
Una sonrisa vuelve a dibujarse en mi cara. Sobra miedo, pero la esperanza es suficiente.
H.