3/07/07 (Martes)
Cala de Sant Vicent, Eivissa, España
Paz, reggae, fideos con salsa, un poco de limpieza y mates en un balcón con vista a las playas de Ibiza, con los exiliaditos... esto es vida. Vida de vacaciones.
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Esperé a que bajara un poco el sol, y de paso la arena quedó desierta [¿hora de la cena para los europeos?].
Todavía no puedo creer que nadé en el Mar Mediterráneo, y encima en la costa de una isla que está en el medio de él.
Es tan salado como el Mar Argentino, pero menos frío [no llega a cálido], calmo, y de un increíble color azul-celeste en degradé; es una playa de ensueño.
Algún día voy a regresar, con mi amor, y lo disfrutaré el doble.
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No tengo por qué ocultarlo: soy de esos curiosos que cuando se alejan de la ciudad, se cuelgan acostados en el piso [o en su defecto reposera], mirando la multitud de estrellas que, espantadas por la urbe, sólo se dejan ver en parajes distantes, remotos.
Y para qué ocultar, que esta noche soy un curioso feliz, que puede deleitarse con el firmamento del hemisferio norte.