Thursday, September 2, 2004

Y tú heredaste la marea

Que si te aguanto te odio tanto
Que si te quiero te espanto
Que me río y te hace mal
No hay fracaso más rotundo
Que haberse venido al mundo
Pa' morirse y nada más
Mi último descubrimiento es que los funerales pueden ser un espacio de meditación. Esto no me favorece en lo más mínimo, porque últimamente cada vez que me dedico a pensar termino reprochándome mis fallas (miles de ellas) y castigándome en consecuencia.
Aprendí, pues, que cuando te morís, después de ese momento en el que el bobo no arranca más, tu gente se pone a hacer un balance de tu vida, y entonces decide si está bien que te hayas muerto o es una pena, o si te moriste a tiempo o demasiado pronto, o si te moriste bien o mal.
¿Y si me muriera ahora? ¿Qué balance harían? No he hecho ni la mitad de lo que logró mi padre, no he conseguido ser ni una cuarta parte de lo que llegó a representar para tres generaciones mi abuelo. El último eslabón de la cadena, ¿el más débil? No tengo idea de cómo siquiera acercarme a ese éxito --no estoy hablando del económico, sino del otro, del personal. Espero ser claro en este punto.
De mi abuelo, probablemente la persona más buena del mundo (cabeza a cabeza con la Madre Teresa, que se murió antes que él, y con mi padre) no voy a escribir nada. En realidad escribí mucho pero no me parece bien publicarlo, porque todavía tengo detalles que resolver en cuanto a ese asunto. Y de mi viejo, basta decir que a pesar de que mi abuelo no está más, el alumno ha logrado superar al maestro en cuanto a bondad.
Pensar que yo siempre dije "me conformo con llegar a los 27". Se veían tan lejanos... No estoy convencido de que me alcancen los escasos tres años que vienen para dejar mi huella en este plano de existencia. Eso que tres años es mucho tiempo, tendría que sobrarme.
Si me muriera ahora, quizás dirían: "Qué pena, fue demasiado pronto, falleció muy mal". El reloj no para nunca, sigue para atrás y nadie sabe a qué distancia está del cero. OK, estoy muerto, no tengo sentimientos. Y sin embargo, así muerto como me imagino, me arrepiento. Sí, yo, el que nunca se arrepiente de nada porque todo, salga bien o mal, sirve de experiencia y para aprender. Me arrepiento de lo que no hice, porque no me olvido del paso que no dí, del poema que no recité, del gusto de helado que no pedí, del sentimiento que me guardé tan adentro que ya ni parecía mío. Lamento el haber dejado pasar ese tren por no querer correr, haber bajado la mirada cuando ella me clavaba la suya tan insistentemente, haber escondido tras una sonrisa la frase "ojalá te dé una aneurisma, hijo de re mil puta" que sonaba en mi cabeza. Yo enseño con el ejemplo negativo, no me imiten y les va a ir bien.
Crémenme, tiren la mitad de mis cenizas al Río de la Plata y la otra en el campo del Estadio Obras. No me lloren, que me van a extrañar sólo un par de días: después la brisa del tiempo borra esa huella, o al menos la cubre de polvo. Y sigan, que falta poco para que se les acabe el changüí que están disfrutando. Tarde o temprano van a conocerle la cara, y asusta.
H.