Friday, July 29, 2005

El último asiento

Don't turn away, what are you looking at?
He was so happy on the day that he met her
Say, what are you looking at?
I was a superman, the looks are deceiving
El dolor en el pecho no para y yo me empiezo a desesperar. Para colmo, cuanto más me preocupo, más intenso se hace.
Pensé en dos soluciones: la más inmediata, aunque muy ineficaz, es bajarme acá nomás, para ver si el aire fresco me alivia. La otra, la que requiere dedicación, es… concentrarme.
¿Una playa? Nah, eso funcionará para la mayoría de las personas pero no para mí. Entonces me imagino parado en la sierra, con un arroyo o río cerca –ese sí es mi lugar de escape, de sosiego.
Mmm… subiendo la sierra… árboles, vegetación bajo mis suelas, aroma a madera, leve ambientación de sonidos de aves, rayos del sol que se cruzan entre los huecos de sombra, y yo avanzando. Quién se habrá ido a meter en mi fantasía relajante, no sé, pero de repente miro hacia atrás y algo me está siguiendo. Pánico, y a correr.
Disparo entre la fronda, esquivando troncos caídos por doquier, y sin querer me voy de cara al suelo. Con la mejilla contra las hojas bañadas en rocío, me acuerdo de mi objetivo: serenarme para no morir de una insuficiencia cardíaca por stress a los 24 años, sentado en el 110.
Con eso en mente aprieto entre mis manos las crujientes hojas, y logro disfrutar de la tierra y el césped. Pero con rapidez me paro y vuelvo a huir, a toda velocidad, de lo desconocido (o, al menos, no reconocido). Reminiscencia de The Blair Witch Project, adivino que no se puede escapar, que no hay salida ni escondite. “El arroyo”, me doy cuenta, como iluminado, “tengo que ir hasta el arroyo”.
El bosque comienza a despejarse y llego a un claro, siempre en subida, con rocas a modo de escalones que me sirven de impulso para saltar, guiado por el sonido del agua corriendo. En el mismo instante en que me doy cuenta de que el arroyo es en realidad un río formado por rápidos, también descubro que me acabo de arrojar desde un acantilado, directo a un vacío de más de 500 metros hasta el agua. Por supuesto, si hasta recién venía ascendiendo, ahora debía bajar.
En la cúspide de mi salto el dolor cerca del corazón aumenta y me refriego los ojos, para proponerme “juicio… tengo que encontrar un lugar en mi cabeza en el que me sienta cabal, completo”.
Bajo la vista y me encuentro todavía en el aire. Sin embargo, esta vez lo estoy disfrutando: el viento serrano en la cara, la sensación de levedad, la oportunidad de volar, la falta de gravedad… podría hasta relajarme.
Pues no: inevitablemente me cubro el rostro y revivo mi primer impulso antes de arrojarme, en la cumbre. En esta oportunidad, lo vivo en tercera persona, como habiendo cambiado de cámara –parecería una película, o un juego de video.
Levanto la mirada de vuelta y estoy pasando la puerta de mi casa. La parada siguiente está a media cuadra del súper Norte, que es mi destino desde que subí al colectivo. Deduzco que será algo de suerte, haber tenido la mochila encima con un cuaderno y una birome, para desahogar esta opresión. Triste.
H.